De poco servirá establecer una conversación con el ujier para tratar de discernir si había visto a Holmes, o para que tuviera una descripción clara sobre su apariencia por si dentro de dos o tres días podía verle y reconocerle. Si mi amigo no había estado allí y no le había dejado algo para mí, el contacto carecía de sentido.
Por otro lado, la idea de que aquella misteriosa caja no hacía sino venirme a la mente.
Esperé tras la puerta cerrada, a que se acallaran las voces del grupo, lo que significaba que salían de la sala de mecanismos del reloj en dirección al mirador del Ayrton Light, que les permitiría disfrutar de unas vistas espectaculares de la ciudad.
Entre la subida y bajada al mirador, y el tiempo destinado a la visita, calculé que dispondría de un espacio cercano a los quince minutos para entrar, hacerme con la caja, abrirla y abandonar la torre sin ser descubierto.
Las dimensiones de la caja recomendaban no cargar con ella, aunque llegado el caso, si no encontraba ningún objeto para hacer palanca y abrirlo, estaba dispuesto a lo que fuera preciso para averiguar lo que había en su interior y resolver por fin el misterio de la desaparición de mi amigo.
Las voces cesaron y entré con precaución. Rodeé el recinto formado por la empalizada metálica para cerciorarme de que no existía ningún hueco en la misma. Busqué, sin éxito, la existencia de alguna llave oculta que me permitiera al acceso al lugar en el que me aguardaba la caja. Sopesé una opción más directa. Pero tampoco podía permitirme hacer ruido golpeando el candado por miedo a ser descubierto.
Así que, tomé la opción obvia. Me agarré firmemente a la valla y comencé a subir colocando los pies entre los huecos de los barrotes. No me resultó muy difícil llegar hasta arriba y apoyé mi abdomen contra la parte superior de la valla para pasar las piernas hacia el otro lado.
Sin embargo, al hacerlo empecé a notar cierta presión en el pecho que me asustó. Pronto me di cuenta que uno de los mecanismos del reloj se había enganchado en la ropa y estaba retorciendo mi camisa contra el cuerpo. Di un último impulso para pasar al otro lado, pero esto empeoró la situación. Quedé, cabeza abajo, colgando del mecanismo del reloj.
Sin previo aviso, los botones de mi camisa cedieron, cayendo consecuentemente hacia delante, golpeándome la cabeza contra el suelo.
Abrí los ojos, sin entender claramente dónde me encontraba.
− Watson –me llamó una voz familiar-, por fin. ¿Se encuentra usted bien?
Miré hacia el origen de la voz. Un caballero alto, delgado, se encontraba levantado a los pies de una cama. Lucía una camisa impecablemente blanca que me costaba mirar al reflejar la luz que entraba por la luz de una ventana, que reconocí como la de mi dormitorio. Intenté incorporarme.
− No –ordenó-, el doctor que le atendió en el Big Ben nos pidió que no se moviera. Podría haber daños permanentes.
− Holmes –aprecié-, es usted.
− Watson –dijo mi amigo con una expresión en su cara que denotaba angustia-, menuda impaciencia la suya, había quedado con usted solo media hora después y se pone a investigar por su cuenta.
− Yo, eh –titubeé-, no sabía.
− No se disculpe Watson –interrumpió-, la culpa fue mía por no ser claro con mis
mensajes y por no haberle avisado de qué ocurría.
− Pero, ¿qué es lo que ha pasado? –pregunté intrigado.
− Ahora, ya no importa. Descanse. No se encuentra en disposición de entender todo lo ocurrido. Esta vez no he logrado mi objetivo.
Y salió de mi habitación llamando a la señora Hudson para que me sirviera algo de comida.
FIN DEL JUEGO
¡FALLASTE! No fuiste capaz de encontrar a Holmes y él te encontró a ti.