Intenté ser coherente con lo que había descifrado del dibujo de Holmes. Si éste se había referido a un corazón, desde luego debería de estar en el propio mecanismo del reloj. Tomé el estrecho camino de madera de la derecha que concluía en una escalera de mano de cinco peldaños.
Al final de la escalera una puerta cerrada con llave y la evidencia de la ubicación de ésta bajo el felpudo, me permitió continuar sin problema.
Tras acceder al nuevo espacio, observé como en una posición elevada se extendían los mecanismos de cuatro relojes enfrentados. Cada reloj estaba compuesto por cuatro engranajes diferentes que convergían en un punto. El acceso a ese lugar se encontraba protegido por una valla metálica de color verde trébol. En el extremo opuesto a donde me encontraba, la valla contaba con una puerta, y ésta tenía un robusto candado.
En el interior del espacio, se podía ver una caja de madera con las iniciales GTW pintadas en rojo en un lateral. Mi cabeza comenzó a tratar de descifrar su significado (Give To Watson, Dar A Watson), pero mi corazón me decía que resultaría más apropiado abrirlo que tratar de adivinar su interior. En el fondo, yo era un hombre de acción.
Rodeé el recinto formado por empalizada metálica para cerciorarme de que no existía ningún hueco en la misma. Busqué después la existencia de alguna llave oculta, pero que esto ocurriera dos veces seguidas era imposible.
Así que, tomé la opción obvia. Agarré firmemente la valla y comencé a subir colocando los pies entre los huecos de los barrotes. No me resultó muy difícil llegar hasta arriba y apoyé mi abdomen contra la parte superior de la valla para pasar las piernas hacia el otro lado. Sin embargo, al hacerlo empecé a notar cierta presión en el pecho que me asustó. Pronto me di cuenta que uno de los mecanismos del reloj se había enganchado en la ropa y estaba retorciendo mi camisa contra el cuerpo. Di un último impulso para pasar al otro lado, pero esto empeoró la situación. Quedé, cabeza abajo, colgando del mecanismo del reloj.
Sin previo aviso, los botones de mi camisa cedieron, cayendo consecuentemente hacia delante, golpeándome la cabeza contra el suelo.
Abrí los ojos, sin entender claramente dónde me encontraba.
− Watson –me llamó una voz familiar-, por fin. ¿Se encuentra usted bien?
Miré hacia el origen de la voz. Un caballero alto, delgado, se encontraba levantado a los pies de una cama. Lucía una camisa impecablemente blanca que me costaba mirar al reflejar la luz que entraba por la luz de una ventana, que reconocí como la de mi dormitorio. Intenté incorporarme.
− No –ordenó-, el doctor que le atendió junto al Big Ben nos pidió que no se moviera. Podría haber daños permanentes.
− Holmes –aprecié-, es usted.
− Watson –dijo mi amigo con una expresión en su cara que denotaba angustia-, no se deje llevar por la literalidad de mis palabras. ¿Cómo se le ocurrió entrar en el
mecanismo del reloj?
− Yo, eh –titubeé-, no sabía.
− No se disculpe Watson –interrumpió-, la culpa fue mía por no ser claro con mis
mensajes y por no haberle avisado de qué ocurría.
− Pero, ¿qué es lo que ha pasado? –pregunté intrigado.
− Ahora, ya no importa. Descanse. No se encuentra en disposición de entender todo lo ocurrido. Esta vez no he logrado mi objetivo.
Y salió de mi habitación llamando a la señora Hudson para que me sirviera algo de comida.
FIN DEL JUEGO
¡FALLASTE! No fuiste capaz de encontrar a Holmes y él te encontró a ti.