− ¿Tengo pinta de policía? –pregunté mientras le tendía una guinea.
El hombre me miró con una expresión de desconfianza.
− Perdone –continué-, pero escuché su conversación con Penny. El carnicero querrá cobrarse su carne. Vaya y páguele.
Jimmy reaccionó y cogió la moneda, mientras yo sujeté la puerta.
− ¿Con quién puedo hablar en el almacén? –demandé alzando la voz, pues el hombre se alejaba a grandes zancadas.
− Hable con Turi –dijo y se giró-, el indio. Si te pone pegas le dices que conoces a Malaspulgas.
Se giró y aceleró el paso, dejándome a la entrada de un lugar hostil y bastante alejado al tipo de vida que conocía.
El interior del almacén resultó como esperaba. El suelo de cemento se encontraba cubierto de tierra blanca que se pegaba con facilidad a los zapatos y levantaba nubes de polvo a mi paso. Las paredes interiores estaban encaladas lo que, junto a la luz que entraba por los grandes ventanales y las claraboyas del techo, confería al lugar cierto aire de sanatorio en obras.
Me pareció contar seis trabajadores que se afanaban por colocar distintas cargas que distribuían en pasillos junto a los muros, liberando así un gran espacio central. Pronto se percataron de mi presencia y comenzaron a observarme con miradas cargadas de odio. Dos de ellos abandonaron sus tareas y se acercaron. Reconocí al tipo bajo que había abierto la puerta a Penny, portando una barra metálica sostenida con ambas manos. El otro, de estatura similar a la mía, lo había visto afuera cargando el carro.
− ¿Quién demonios es usted? –preguntó el bajo.
− Tranquilos caballeros –dije en un tono apaciguador-, quiero hablar con Turi. Malaspulgas me ha dicho que pregunte por él.
Mi explicación pareció tranquilizar a los hombres que se giraron para dirigirse a sus ocupaciones anteriores.
− ¿Quién me busca? –preguntó una voz a mi espalda con un acento que no sabía identificar.
− El Doctor Watson –dije, según me giraba algo sorprendido por la presencia tan sorpresiva y cercana del hombre.
La apariencia de aquel joven me sorprendió ya que difería del resto de empleados. El tono de su piel era ocre, pero no sabría situarle en ninguna escala racial. Obviamente no era negro, ni tampoco se asemejaba a las tipologías de chinos que tenía Holmes en sus libros de antropología. Algo en su morfología le hacía parecido a los ciudadanos del Imperio que venían de India, pero no era tan oscuro. Se apreciaban maneras elegantes, a pesar de encontrarse en ese lugar y desarrollar un trabajo eminentemente físico.
− Estoy buscando a mi amigo –continué, en vista de que parecía receptivo a mis palabras-, el señor Holmes. Quizá lo viera por aquí investigando la muerte de Arthur McGregor. Un tipo alto, delgado, muy observador, luciría en su cabeza una cervadora plegada y vestiría una gabardina de lana creo que de color gris oscuro.
− Siento no poder ayudarle –respondió Turi en un tono cordial, intentado ocultar su acento-, vino mucha gente de la policía. Recuerdo el nombre del inspector a cargo de la investigación. ¿Cómo era?
Turi parecía sincero en sus respuestas. Le observé mientras trataba de recordar el nombre. Llevaba un gorro de tela alrededor del cabello, que probablemente le sirviera para recoger su pelo largo. Su barba, no muy poblada se extendía juntando sus patillas con el bigote, asomando un poco de pelo bajo el labio, el resto de su cara estaba perfectamente rasurada.
− ¿Lester? –titubeó-,… ¿Lestrange?
− Lestrade –corregí.
− Eso es –acordó-, me dijo que le avisara si recordaba algún detalle más. Siento no poder ayudarle. Scotland Yard ha estado aquí, han preguntado, han visto el cuerpo y han tomado huellas, pero no recuerdo a los agentes. Se limpió todo y ahora estamos tratando de recuperar la normalidad.
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