Accedimos a la invitación del señor McGregor. Seguimos a aquel hombre de una estatura cercana a la de mi amigo. Mirándolo desde atrás, destacaba su cabello liso, engominado sobre su cabeza, en un tono rojo intenso. Vestía elegantemente un smoking, pero aquello no combinaba del todo bien para su corta edad, ya que apenas habría cumplido los veinticinco años.
A través de varias estancias lujosamente decoradas, llegados a un gran salón dividido en dos ambientes. El primero, que atravesamos, contaba con varios butacones y una chimenea. Al fondo, el segundo espacio estaba rodeado por una gran biblioteca entorno a una mesa de robusto roble inglés.
A la mesa había tres personas que nos miraban con interés.
─ Buenas tardes caballeros ─saludó grácilmente Edward-, estos son Sherlock Holmes y el Doctor Watson. Han estado investigando las circunstancias de la muerte de mi padre.
Los dos hicimos una breve inclinación hacia cada uno de los anfitriones.
─ Todo el mundo conoce a nuestro Primer Ministro, Lord Robert Cecil ─indicó Edward y continuó-. Este caballero es el Gobernador general de la India, Sir Henry Petty-Fitzmaurice. Y a su derecha se encuentra el Embajador en los Estados Unidos, Sir Julian Pauncefote.
─ Bueno ─repuso este-, aunque esté desempeñando esas funciones, técnicamente no tengo ese cargo.
─ No sea modesto ─pidió Edward.
La diferencia de edad de Edward con el resto de los caballeros sentados a la mesa era muy notable, pues todos superaban ampliamente los cincuenta años.
─ Me estaban contando ─comentó mientras nos señalaba-, que Scotland Yard da por terminada la investigación. Era evidente que resultaría imposible encontrar al ratero que se coló en el almacén y con quién mi padre tuvo la desgracia de cruzarse.
─ Caballeros, ─intervino Holmes-. Permítanme preguntarles. ¿Conocían ustedes a Sir Arthur?
─ ¿Qué si le conocíamos? ─contestó el Primer Ministro-. El padre de este joven lleva siendo socio de este club desde hace veinte años y era un auténtico experto en el bridge. Me atrevería a decir que la mitad de su fortuna la ha obtenido desplumando al resto de socios.
Los caballeros a la mesa prorrumpieron en una carcajada, dejando cierta expresión de melancolía en su rostro al reponerse.
─ Y un excelente cazador ─añadió Sir Julian-. Solemos acudir mensualmente a su finca de Crowborough.
─ Su hijo no caza tan bien ─apuntó Sir Henry-, pero es un dignísimo anfitrión. ¿Saber que ha recreado la jungla de la India en su finca? Hágame caso, sé de lo que me hablo. Pero si tiene hasta tigres y babuinos.
─ Tigres y babuinos ─dijo Holmes-, qué interesante.
Las palabras de Holmes animaron a Sir Henry, quien comenzó a narrar una anécdota referida a una partida de caza en Bengala. Edward aprovechó este momento para sentarse en la única silla disponible. El relato prosiguió hablando de la habilidad de quien manejaba al elefante en que iba sentado para evitar ser atacado por un tigre. La cara de mi compañero era de un creciente fastidio, quizá debía haberse dejado llevar por su instinto y haber reusado el acceso al club.
─ Caballeros ─dijo Holmes al concluir Sir Henry su relato-, no quiero entretenerles más, seguro que tienen muchas cosas de las que hablar. Tan solo una última pregunta para el señor McGregor.
─ Proceda, amigo ─indicó Edward con fingida cercanía pues, junto con el resto de presentes, estaba sentado a la mesa mientras Holmes y yo permanecíamos de pie.
─ Tengo una duda ─planteó Holmes mirando a los ojos del señor McGregor-. ¿Qué hacía su padre solo en el almacén de Pennington Street?
─ También yo lo desconozco ─comenzó Edward-. Mi padre visitaba con frecuencia el almacén. Quizá hubiera quedado con alguien o simple casualidad.
Las cejas de mi amigo se levantaron hasta desdibujarse en su frente. Había descubierto el engaño. Sir Arthur, a medida que iba cumpliendo años, frecuentaba cada vez menos sus propiedades, y en especial aquellas cercanas al río. Se había vuelto más precavido y no quería relacionarse con la gente de baja condición social. Por ese motivo, había contratado los servicios de Holmes, para que fuera él quien investigara qué actividad se estaba desarrollando el local.
A pesar de ser lo opuesto a lo que se había planteado inicialmente, Holmes pensó en hacer público lo que sabía hasta ahora sobre Edward delante de tan ilustres personajes para ponerle nervioso. Quizá así pudiera precipitarse en alguna de sus acciones y cometer errores.
Por otro lado, que Edward tuviera tigres y babuinos en su finca resultaba también algo desconcertante. Cómo los conseguía. Quien trajera esos animales podría introducir también serpientes venenosas. Holmes no sabía si esto guardaba relación con este caso, pero ocupaba un lugar en su mente.
Además, estaba la idea de abandonar discretamente la reunión y acercarse a “The Three Crosses” donde enfocar la investigación desde otro punto de vista totalmente diferente.
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