Ya sabíamos que podríamos volver más tarde a la tienda de animales para conocer qué había ido a hacer allí, si fuera preciso. Sin embargo, ahora tocaba seguir vigilando los movimientos de Turi aun extremando las precauciones. Cuanto más cerca pudiéramos estar, mejor podríamos intervenir para detener los planes de desembarco.
Turi continuó por Saint George Street en dirección oeste, probablemente encaminándose hacia el almacén Richardson’s. Holmes y yo nos separamos e iniciamos el seguimiento a unas ochenta yardas de distancia, cada uno por una acerca, para que no notara que estaba siendo vigilado.
Pero Turi era una persona inquieta. Al poco de iniciar nuestra vigilancia, entró en una librería y salió portando un ejemplar bajo el brazo. Más adelante entró en Martin’s, una frutería de baja calidad, a juzgar por el género expuesto en el exterior, ya sin el libro.
Cada vez que hacía esto, Holmes y yo nos veíamos obligados a retroceder unos metros, cubrirnos e incluso cambiarnos de acera, para que cuando saliera del establecimiento, minutos después, no se encontrara las mismas dos personas en su misma posición, como si el tiempo se hubiera detenido.
Sin embargo, el juego del gato y ratón no duró mucho. Nuestro hombre giró hacia Wapping Lane, que permanecía desierta en ese momento del día. Y la palabra era desierta, porque cuando llegamos no se veía a nadie caminando por la misma. La calle estaba en un silencio total que era roto ocasionalmente por voces provenientes de los edificios de viviendas que se extendían a ambos lados de la calle hasta llegar a Pennington Street.
Avanzamos, buscando sin éxito algún establecimiento, para comprender el paradero de Tuti. Pero, tras haber recorrido muy despacio cien yardas, oímos una voz a nuestra espalda.
− ¿Me buscaban?

Nos giramos, siendo conscientes de haber sido descubiertos y nos alertamos al ver a Turi sosteniendo un revólver.
− ¿Creen que pueden engañarme? ¿Creen que vestidos así no llaman la atención en este barrio? –preguntó sin dejar de apuntarnos y prosiguió-. Continúen, vamos a visitar el almacén.

Avanzamos por Wapping Lane. Yo buscaba la mirada de Holmes, pero éste parecía esquivar la mía.
− Entonces –dijo Holmes-, ¿fue usted quien acabó con Sir Arthur? ¿Es usted el brazo ejecutor de la organización?
− ¿El viejo? –preguntó Turi riendo-. Veo que la fama que tiene de detective es regalada. No tiene ni idea lo que pasó con él. Pero de ustedes sí que me encargaré personalmente. Ya me han molestado bastante.
− Watson –dijo Holmes-, esto me recuerda a aquel día de caza en Cornualles…
− ¡Silencio! –exigió Turi.

Al principio, las palabras de mi amigo me sorprendieron. No venía a cuento recordar una agradable jornada entre páramos y valles en aquel momento tan desagradable. Sin embargo, acabé por recordar que durante la misma, una caída mía provocó la salida en estampida de un jabalí que estaba oculto tras un seto y que pudo cobrarse Holmes. Así que, fingí una caída al pavimento, lo que posibilitó que Holmes se acercase a auxiliarme y ambos sacáramos nuestro revólver apuntando a un sorprendido Turi, quien no dudó en disparar. Su bala me rozó el hombro, pero el tiro certero de Holmes hizo que nuestro hombre cayera al suelo agarrándose la mano que había sostenido el revólver.

Turi fue tratado en la propia comisaría de la herida provocada por la bala. Después, el Inspector Lestrade y Holmes se encargaron de interrogarle. No obstante, no obtuvieron más respuestas de las que ya había dado cuando se le preguntó en el almacén. Y respecto del tiroteo, declaró que su ataque hacia nosotros había sido en defensa propia.
A pesar de una discreta presencia policial, el Roland no llegó a ninguno de los puertos que jalonan la margen norte del Támesis. Tampoco se reportó ningún avistamiento de un Clipper por la bahía.
Aunque Lestrade se mostró comprensivo con todo lo que le dijimos acerca de Edward McGregor y sus planes, Turi fue puesto en libertad quince días después.

Al mes de todo lo ocurrido, mi amigo y yo pasábamos la tarde en el 221B de Baker Street cuando leí algo en el periódico que rápidamente puse en conocimiento de mi amigo.


– Bueno, Watson –dijo en un tono amargo-. Por lo menos, recordaremos la aventura que vivimos y cómo por su astucia nos libramos de ser disparados por ese tipo. Por lo demás, parece que nuestro trabajo ha sido un fracaso.

FIN DEL JUEGO