– Perdone –acerté a decir-, le importaría, antes de ir a su despacho, comentarme qué saben acerca del robo.
– Por supuesto, acompáñeme.
Dicho esto, me condujo hacia el extremo opuesto de la sala. Cuatro grandes pilares de base cuadrada de unos siete pies de anchura, sostenían una estructura abovedada que subía unos treinta pies de altura. Dos grandes ventanales a la derecha de la sala otorgaban la suficiente iluminación a la sala para contemplar sus piezas en un día soleado. Sin embargo, la mayoría de los días, como éste, la iluminación debía complementarse con la araña de cristal que colgaba del techo. Esto hacía que a lo largo de todo el museo, un empleado dos veces al día recorriera
las salas retirando del suelo los restos de cera y cambiando las velas.
– Déjeme decirle –comenzó su explicación-, que si me hubiera visto obligado a elegir una pieza de esta sala para desprenderme de ella, habría sido precisamente la que se han llevado.
– Perdone –expresé sorprendido-, pero no le entiendo. ¿quiere decir que tan solo se han llevado un objeto?
– Y menudo objeto, señor Watson –dijo abriendo un cajón de un aparador-. Aquí guardo un cartel para que se haga una idea de qué se llevaron.
El señor Thompson desenrolló un cartel que mostraba el dibujo de una extraña criatura expuesta tras una campana de cristal en lo que parecía ser un anuncio de su exhibición en un café de Saint James Street.
– Se trata de La Sirena de Fiji –anunció.
– ¿Está hablando en serio?, Thompson –pregunté-. De todo lo que podrían haberse llevado de la sala, ¿han decidido llevarse eso? Porque, obviamente, no se trata de una sirena.
– Señor Holmes, no sé si me extraña más lo que se han llevado o que tan solo se han llevado una cosa –dijo en tono pausa-. Especialmente, después de como dejaron todo esto. Le aseguro que todo lo que ve por el suelo, hace cinco días estaba repartido por toda la sala. Tuvimos que examinar todo el Museo para comprobar que nada más hubiera sido sustraído, ya que si de esta sala tan solo se llevaron una pieza, podían haber hecho lo mismo con el resto de salas. Medio Scotland Yard estuvo aquí los tres primeros días.
– ¿Y bien? –inquirí.
– Nada más se ha echado en falta en todo el Museo –sentenció.
Observé de nuevo la horrible figura que se erguía con una mueca horrible en el dibujo.
– ¿Y cuál es el motivo para robar eso?
– No lo sabemos –respondió Thompson-, y su amigo tampoco arrojó luz al respecto. Al principio, pensamos que la motivación pudo ser ideológica. Se cumplen quince años de la anexión de Fiji a la Corona Británica. Sin embargo, el resto de objetos fiyianos permanecen intactos y su valor cultural, ideológico o político es sensiblemente mayor a esta superchería barata, que no parece sino la cola de un bacalao unida al tronco y la cabeza de un mono.
– ¿Hizo mi compañero algún comentario referido al caso? –pregunté, con la misma extrañeza que hablaba mi interlocutor.
– La verdad es que no –contestó-, tan solo tomó notas, observó las ventanas que dan al exterior, que fue precisamente por donde accedieron a la sala, y poco más.
– ¿Y desde Scotland Yard?
– Los agentes prestaron toda su colaboración para comprobar si lo expuesto en el museo concordaba con el listado de objetos –explicó-, pero nada pudieron aclarar
sobre causas o autores.
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