– ¿Podría ver el lugar donde apareció el cuerpo? –pregunté.
– Vamos si quiere –dijo con un tono de impaciencia en la voz-, pero ya le digo que no queda ningún resto.
Avanzamos por el almacén y llegamos a la pared del fondo. Nada hacía sospechar de la existencia de un cadáver en aquel lugar, salvo unas salpicaduras de sangre a seis pies de altura.
Las señalé con el dedo, como si Turi no las hubiera visto nunca.
– Sí, el cuerpo estaba aquí apoyado–dijo, señalando un pilar de la nave y continuó-.
Tenía numerosos cortes profundos por todo el cuerpo. Fui yo quien lo vio al entrar a trabajar.
– ¿Y qué hacía aquí McGregor? –pregunté extrañado.
– Eso es algo que no sabemos –respondió con cara de extrañeza-. Quiero decir, el almacén es suyo y todos trabajamos para la familia McGregor. Sin embargo, yo no conocía personalmente a Sir Arthur, nunca había venido por aquí desde que yo trabajo.
Continué observando la escena, tratando de encontrarle algún sentido a la presencia del industrial e imaginando la posición descrita. Intenté visualizar la posición del atacante en el momento de darle muerte, cuando algo llamó mi atención.
En la pared, justo enfrente de donde terminaron los días de Arthur McGregor, como si hubiera sido lo último que vio antes de apagarse, percibí unas marcas en la pared.
Me acerqué, las observé de cerca y pregunté a Turi.
– ¿Significa esto algo para usted?
– No –repuso-, no había visto eso en la vida.
– ¿Cree que la víctima pudo haberlo escrito?
– Si lo hizo –contestó-, estoy seguro de que la policía habrá tomado nota.
– ¿Algún trabajador responde a las iniciales S.H.? –pregunté sabiendo cuál iba a ser su respuesta.
– No, señor. Al menos, en los dos años que llevo aquí trabajando.
Entonces comprendí, de pronto, quién era la persona con esas iniciales con el coraje suficiente como para marcar la pared en el lugar en que se había cometido un asesinato.
– Creo que acabo de encontrar a mi amigo.
– ¿Qué quiere decir? –preguntó Turi.
– Las iniciales –expliqué-, coinciden con Sherlock Holmes. Aunque no sé qué puede significar el reloj.
– El reloj marca las tres –dijo Turi, explicando lo obvio-, pero a mi esas letras me parecen una advertencia.
– ¿Qué quiere decir? –pregunté extrañado.
– Stay Home (“Quédate en casa” en castellano) –explicó-.
En mi cabeza había tres escenarios posibles. El primero, es que el mensaje fuera dejado hace tiempo por otra persona y que Sherlock ni siquiera hubiese estado aquí. Esto implicaba que cualquiera de las otras dos opciones que tomara resultarían inútiles, pero tampoco tenía más alternativas para encontrarle con lo cual decidí descartar esta idea.
El segundo, sugerido por Turi, es que mi amigo hubiera previsto que yo iba a ir al almacén y me pedía que estuviera en casa a las tres, para recibir instrucciones. El señor Holmes me tenía acostumbrado a este tipo de juegos en el que era capaz de saber lo que yo iba hacer ante una situación determinada mejor que yo mismo y proponer la solución. En los asuntos más triviales, era capaz de indagar en mis propios pensamientos infiriéndolos a través de qué objetos miraba, o de mis propias expresiones faciales, y expresaba en voz alta aquello que yo estaba pensando en ese preciso instante.
La tercera opción, relacionaba su nombre con una hora o quizá con un reloj. Resultaba obvio que su egolatría le permitía dibujar sus iniciales dentro de un corazón, pero tenía dudas sobre el reloj. Con la remodelación del Palacio de Westminster, se había colocado un reloj de grandes dimensiones en la Torre que estaba ganando en fama entre los visitantes de la ciudad.
Por otro lado, aunque las iniciales S H podrían referirse al reloj de la fachada de St. Helen Church, una de las más antiguas de la ciudad y sobre la que hemos hablado en alguna ocasión, la ausencia de una cruz en el dibujo me hizo descartar esa idea.
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