CAPÍTULO 1. UNA BÚSQUEDA A CIEGAS

No era la primera vez que compartiendo residencia con mi amigo el señor Sherlock Holmes éste desaparecía, sin previo aviso, enfrascado en la resolución de un misterio. Su habilidad para establecer relaciones causales y su exagerado entusiasmo por la representación teatral, le habían llevado, en una ocasión, a pasar varias noches en un fumadero de opio, con la pericia suficiente para pasar desapercibido ante mis propios ojos, cubierto de harapos y con postizos en su boca.

Pero habían pasado ya cinco días sin noticias de Holmes, y tampoco estaba al corriente de ningún caso en el que estuviera tratando de poner en práctica su méthode de travail, por lo que empecé a sentirme preocupado. James Moriarty había clamado venganza y, quizá, ésta se había consumado.

Pensé entonces en cómo habría afrontado mi amigo este enigma. Habitualmente observa, percibe el más mínimo detalle y llega a una conclusión. El problema estaba en que no había nada evidente que pudiera observar. Así que, tuve la determinación suficiente para hacer algo que, en otras circunstancias, no se me habría ocurrido siquiera pensar.

Entré en el gabinete de mi amigo. Había estado allí en muchas ocasiones, pero siempre acompañado. Su cama y su ropa hacían gala de su pulcritud. Me acerqué a su escritorio, en el que aparentemente todo ocupaba su lugar determinado en virtud de una lógica que tan sólo él entendía. Todo parecía estar en su sitio.

– “Al contrario, Watson, lo tiene todo a la vista. Pero no es capaz de razonar a partir de lo que ve. Es usted demasiado tímido a la hora de hacer deducciones1.

La voz de Sherlock resonó fuerte dentro de mi cabeza. Estaba claro que se me escapaba algo, pero no lograba darme cuenta qué era. Rebusqué los objetos más minúsculos que tenía distribuidos en su escritorio. Su lupa, su instrumental de química, su pequeño ídolo que trajo de la India, el cajón donde guardaba su correspondencia, todo continuaba ordenado con su enfermiza minuciosidad.

– Lo tiene usted delante. Haga un esfuerzo. “Nada resulta más engañoso que un hecho evidente2.

Las frases de aquella voz sin forma retumbaban en la habitación, haciéndome quedar, como tantas veces, en evidencia. Pero en esta ocasión, las voces provenían de mí mismo, y era yo quien tenía que salir al rescate del genio. Me aparté unos pasos del escritorio y volví a fijar la mirada. En esta ocasión, empecé a verlo como un todo. Entonces fui consciente que de la mesa faltaba su enorme catalejo. Eso era señal de que Holmes había salido de su despacho con intención de utilizarlo.

– Bravo, Watson. ¿Algo más?

Casi al instante me percaté de la ausencia del gran volumen rojo de Historia Natural, un ejemplar de Henri Milne Edwards de 1834, todo un compendio de zoología y botánica que mi buen amigo tuvo la precaución de llevarse. Además, encima de los ocho volúmenes verde musgo que componían la Enciclopedia Británica de Artes y Ciencia, había un ejemplar del The Times de hace cinco días.

Me senté al escritorio y empecé a revisar, una por una, las distintas noticias para intentar adivinar cuál de ellas habría impelido a mi amigo a salir de su dormitorio sin previo aviso, y qué podía estar reteniéndolo impidiendo su regreso. Afortunadamente, las noticias de aquel día eran, en términos generales, bastante anodinas. Descarté aquellas relacionadas con peleas en la puerta de bares, aquellas que tenían que ver con el parlamento británico o aquellas cuyo fin último era convencer al lector de la idoneidad de ciertos productos milagrosos. Por su contenido, también deseché una distinción nobiliaria otorgada a una familia de Oxford y las crónicas de entierros de gente notable de edad avanzada.

Finalmente, me centré en dos noticias que entendí podrían estar relacionadas con el tipo de investigaciones que suele llevar a cabo.

Si crees que Watson debería seguir la pista del robo en el Museo Británico pulsa aquí.

Si crees que Watson debe visitar el almacén abandonado del puerto pulsa aquí.

Referencias Bibliográficas

1 El carbunclo azul. En: Las aventuras de Sherlock Holmes (1892). Arthur Conan Doyle
2 El misterio del valle Boscombe. En: Las aventuras de Sherlock Holmes (1892). Arthur Conan Doyle